Ideas para reflexionar

¿Te dejas amar por Dios? 3 ideas que debes recordar siempre

Esta vez quiero compartirte un diálogo muy espiritual que tuvimos en un grupo de pastoral de mi parroquia. En dicha reunión, hablamos del infierno, del misterio del mal, de la oscuridad, del pecado y las miserias que habitan en nuestro corazón. Y cómo dejarse amar por Dios en este contexto.

Les advierto que fue un compartir muy duro, fuerte, sin medias tintas, difícil de escuchar. Pero a la vez, lleno de luz, paz, amor, y la serenidad, que solo nos puede brindar la mirada misericordiosa del Padre.

Cuando queremos enfrentar con transparencia y honestidad, las realidades duras y horribles de nuestra vida, solemos, influenciados por la cultura del Mundo en que vivimos moderar o suavizar el peso de maldad y perversidad que tienen.

Unos más que otros, por supuesto… cada uno puede hacer su propio examen de consciencia. Aún más, si lo que buscamos discernir es la miseria que anida en el propio corazón.

¿Cómo debemos mirar nuestro interior?

Recordemos que, gracias al Bautismo, somos templos del Espíritu Santo. Sin embargo, también debemos reconocer que, en nuestro interior, residen también pecados, infidelidades y toda suerte de miserias que nos alejan de Dios.

Es duro decirlo, pero tenemos que mirarnos en el espejo, y reconocer que, así como nuestra vida está llena de hechos y experiencias hermosas y maravillosas, también está enredada con la oscuridad y las tinieblas del pecado.

La única manera de mirar el peso y la gravedad de nuestra miseria es desde los ojos misericordiosos del Padre. Recordemos la parábola del hijo pródigo, cuando el Padre, a lo lejos, se da cuenta de que su hijo está regresando.

Sabe muy bien cómo ha malgastado la herencia, pero – el relato así nos lo muestra – pareciera que no le importa todo lo que había hecho, sino que está vivo, que ha regresado. Lo sigue amando como antes. Es más, parece que quiere mostrarle aún más su amor. Le hace una gran fiesta, le da un anillo, un vestido nuevo y sandalias (Lucas 15, 11-32).

Así lo vemos en otros pasajes del Evangelio. Cómo el Señor tiene un amor predilecto por los pecadores. La actitud que tiene con la mujer que ha sido encontrada flagrantemente en adulterio (Juan 7,53 -8,11), con la samaritana (Juan 4, 1-42).

O cuando va a la casa de Zaqueo (Lucas 19, 1-10) – el cobrador de impuestos. Y con la mujer que se pone a enjugar los pies de Jesús con su cabellera (Lucas 7, 36-50), en la casa del fariseo.

¡Y muchos otros pasajes! en los que Jesús nos muestra que Su Amor no cambia por nuestros pecados. Es más, murió en la Cruz por los pecadores. Vino para salvarnos y no para juzgarnos.

La mirada justiciera

¡Cuántas veces somos nosotros mismos quienes de modo justiciero nos juzgamos! Nos cuesta mirar y reconocer el peso de nuestros pecados y miserias, puesto que es doloroso. A nadie le gusta su pecado.

Por supuesto, causa rechazo y una profunda tristeza la consciencia de que, una y otra vez, huimos y rechazamos el Amor de Dios. Descubrimos en nuestro corazón esa doble voluntad, que tan bien describe San Pablo, cuando nos dice que el Espíritu quiere el amor, pero nuestra carne es débil (Mateo 26, 41).

El problema es que cuando esto ocurre, en realidad estamos huyendo de nosotros mismos. ¿Difícil? Sí… pero tenemos que hacerlo. Pues, si no morimos con Cristo, tampoco participamos de su resurrección (Romanos 6, 8-18).

Nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos. Si no nos vemos desde los ojos del Padre, la consciencia de nuestros pecados y la oscuridad que muchas veces vivimos nos hace caer en el negativismo y la desesperanza. Aceptar y reconocer con humildad y serenidad nuestro lado oscuro, solo es posible con la luz de la Verdad, que brota del encuentro con Dios.

La «otra mirada» es la que aprendemos del mundo o del demonio, que nos recrimina por caer una y otra vez en los mismos pecados. Así nunca vamos a poder perdonarnos.

Es más, no podremos soportar mirarnos y reconocernos. Sin ese Amor de Dios, ¿qué nos puede sostener? ¿Qué esperanza podemos tener, si sabemos que, hace años cojeamos del mismo pie? ¿Nos confesamos de lo mismo?

Llegamos al punto de creer – como lo dice el hermano mayor en la parábola del Padre misericordioso – que no merecemos el Amor del Padre, porque somos pecadores.

La verdad es que, efectivamente, por nuestras conductas no merecemos el Amor de Dios. Pero esa es una manera humana de pensar. Demos gracias a Dios, porque Su Amor es diferente. Que supera nuestra traición, y nos envió a su Hijo único, para salvarnos de nuestros pecados.

Seguimos siendo hijos de Dios

Es verdad que por nuestros pecados – aunque suene horrible y difícil de reconocer – merecemos el infierno. No hay nada que podamos hacer, por lo que merezcamos gozar de la Gloria de Dios, en el Cielo. No lo merecemos, somos unos indignos pecadores.

Pero lo cierto es que Dios nos ama gratuitamente, y Cristo quiso entregar su vida en la Cruz, por libre voluntad. Porque nos ama. Nos ha devuelto la posibilidad de entrar al Cielo, sencillamente por su Amor gratuito.

Por culpa del pecado hemos perdido nuestra semejanza, y, en vez de estar inclinados al amor, tenemos la concupiscencia que no instiga a vivir el egoísmo. Sin embargo, sabemos que no hemos sido radicalmente rotos por alejarnos de Dios. Todavía somos buenos por naturaleza, aunque heridos por el pecado.

El gran reto que nos toca es un combate espiritual, que implica ser fiel al amor que nos tiene el Señor, y rechazar el pecado. Comprometiéndonos a ser responsables con nuestra libertad, optando por la Verdad, y encaminándonos hacia lo Bueno. Llamados a ser otro Cristo, como nos invita repetidas veces San Pablo. (Filipenses 1, 21 / Gálatas 2, 20)

Finalmente, pidamos a Dios que nos conceda la gracia de mirarnos desde Su Misericordia, y no tener miedo de reconocer el pecado que habita en nuestro corazón. Que podemos ser iluminados por Cristo, si es que lo abrimos y dejamos que Él nos perdone y sane nuestras heridas, volviendo a la comunión con el Padre.

Tenemos la confianza que el Señor nos perdona una y otra vez, mientras reconozcamos con humildad quiénes somos y cómo somos ante Dios. No nos ocultemos por nuestros pecados, más bien dejémonos reconciliar por Dios (2 Coríntios 5, 20).

Escrito por: Pablo Perazzo

«Human life» Un documental sobre la belleza de toda vida humana

El valor de la vida humana es innegable. ¿Lo es? Cuando veo este tipo de producciones como el documental Human Life de los directores Guto Brinholi y Luz Henrique Marquez ya no solo me emociono y me lleno de entusiasmo al conocer historias tan hermosas y poderosas.

Hoy también aparecen pensamientos que me cuestionan. Si la vida humana tienen un valor tan enorme en sí misma, ¿cómo es que llegamos a un tiempo en el que tenemos que defenderla?, ¿no debería ser algo evidente? Lamentablemente no lo es.

«Human life» Vida humana que vale y vida que no

Hoy el discurso pro vida ya no tiene que ver con el inicio de la vida, sino con el valor de vivir, independientemente de tu condición. El bienestar hoy se entiende como solo salud, juventud fortaleza y ganas de vivir.

Quién no posea estas características parece que tiene la suerte de entrar a un juicio en donde nos enfrentamos a una pregunta por demás dura, ¿cuándo es lícito decidir terminar con la vida de un ser humano y cuándo no?

Personas con discapacidades, con enfermedades crónicas, incluso con depresión severa se ponen casi en la posición de personas prescindibles. Haciendo uso del sentimiento y de una falsa compasión se hace creer (y se empieza a creer) que terminar con la existencia de una persona es un acto de bondad. ¡Cuánta falsedad!

La grandeza de un corazón que ama

El documental Human Life, nos trae una serie de historias que no solo son hermosas. No solo se trata de pasar un momento frente a la pantalla para conmovernos sino para preguntarnos y buscar dentro de nosotros esa grandeza de corazón.

Una grandeza que está sembrada dentro nuestro, que es el sello del creador, que ama infinitamente a cada uno como es. Que nos mira de una manera personal y detallista. Dios que se manifiesta en las situaciones más insospechadas y que justo ahí, en nuestro dolor y sufrimiento ama aún más.

Una grandeza que también está en ti y en mi. Creo que el valor enorme de este documental reside en movernos hacia esa reflexión. Hacia tratar de entender que toda vida, por complicada que nos resulte, es un don de Dios.

Todos somos capaces de amar

Podemos amar siempre, el amor es posible para todos, en toda circunstancia. Es un movimiento que tenemos que decidir hacer hacia el bien. Un pequeño movimiento nuestro para que la gracia de Dios empiece a obrar. Un movimiento que necesitamos dar una y otra vez, porfiadamente.

Así no nos creamos capaces, así la historia o la meta nos parezca inalcanzable. No nos desanimemos por esos pensamientos. Somos pequeños y nuestras fuerzas pequeñas, pero en Dios todo lo podemos. La dirección de nuestras fuerzas, de nuestras intenciones necesitan estar apuntando a Dios, siempre. Solo desde ahí podremos salir a anunciar con valentía y a asumir con acciones la vida dada.

«Cada vida humana, única e irrepetible, posee un valor inestimable. Esto hay que anunciarlo siempre de nuevo, con la valentía de la palabra y de las acciones» (Papa Francisco)

NOTA: Este documental se estrenó en distintos países de habla hispana el 11 de Junio. Al ser una producción privada la proyección está sujeta a disponibilidad de las cadenas locales de transmisión. Información completa sobre el documental pueden encontrar dando clic aquí.

«Haz de mí» Oración para pedir ser instrumento de Dios

«Haz de mí un instrumento de tu paz» reza una hermosa oración franciscana que nos deja pensando en lo grande de la misión que Dios nos encomienda.

Cuando percibimos de una manera clara el amor de Dios en nuestras vidas, el deseo grande de entregarse a Él y llevar su palabra a donde las fuerzas nos alcancen es un signo sensible del reclamo que hace Dios por nosotros.

Dirigirnos a Él no es fácil. A veces, las palabras no llegan. Nos quedamos llenos de sentimientos incapaces de alzar la voz a Dios. Las oraciones, son esas palabras que nos prestan otros para ayudarnos a hablar con Dios. Desde el mismo Jesucristo, que nos enseño a dirigirnos a Su Padre, hasta tantos hermanos santos y profetas dejaron hermosas oraciones para facilitar nuestra comunicación con Dios.

Desde Catholic Link, hoy queremos prestarte nuestra voz. Hoy traemos una oración para pedirle a Dios que nos haga suyos, que nos haga sus instrumentos, que tome nuestra vida para llevar su palabra a otros. Que a través nuestro quien esté cerca nuestro pueda percibir algo del amor magnífico de dios.

Te invitamos a rezar con nosotros. A abrir tu corazón y pedirle a Dios que sea Él quien te haga un instrumento suyo.

«Haz de mí»

Haz de mí Jesús.

Haz de mí un corazón sencillo que te quiera amar.

Haz de mí tu casa donde todos puedan entrar

Haz de mí tu faro que ilumine la vida de los demás

Haz de mí tus manos para dársela a los demás.

Haz de mí tus ojos para enseñar a otros a mirar más allá.

Haz de mí tus pies para mostrar tu camino

Haz de mi tus redes para ser pescador de hombres.

Haz de mí tu barco que nada en tempestad y muestra la calma

Haz de mí tu sonrisa para que otros recuperen la fe

Haz de mí tu sangre para calmar la sed de otros.

Haz de mí tus llagas para enseñar a otros a creer

Haz de mí tus llamas ara encender corazones de amor por ti.

Haz de mí tu voz para gritarle al mundo tu amor

Haz que viva cada día a tu lado

para vivir

para reconocer mis pecados

para quedarme en tu corazón.


Oración escrita por Flavia Carpio